Uno de los asuntos polémicos del caso Enron que fue largamente descrito en el libro Final Accounting sobre el rol de Arthur Andersen en esa crisis, es la dualidad que tenían las empresas auditoras como vendedoras de servicios de consultorías a la vez auditaban los estados financieros. En el libro se describe con lujo de detalles, como el área de consultoría presionaba al área de auditoría para que no fuera tan estricta en sus revisiones, cosa de no perder un cliente, ya que los ingresos por otros servicios eran más atractivos para las auditoras.
Las fiestas en la empresa prometían ser cada vez mejores. Los ejecutivos, excelentemente pagados tenían mucho que mostrar a los accionistas. Años recientes de buen desempeño accionario, una expansión internacional en ciernes, además finalmente un buen gobierno de derecha que parara en seco las regulaciones de la industria, hacían que el sueño siguiera vivo. Pero de repente ocurrió la debacle: datos sobre las utilidades reales de la compañía no eran correctos, pese a que habían sido auditados por una de las empresas más reconocidas de la plaza.
Esta historia que suena igual a lo vivido ayer en la crisis de La Polar, corresponde en realidad a la vieja historia de Enron de hace 10 años y su socia en el fraude: la auditora Arthur Andersen. Suena historia conocida la publicación de un hecho esencial en la página de la Superintendencia de Valores y Seguros que indicaba que la empresa detectó que se realizaron prácticas de crédito que no fueron autorizadas por el directorio y que implicarían provisiones adicionales en montos que oscilan entre 150 y 200 mil millones de pesos, según la estimaciones preliminares.
Y al igual que la gigante de Texas, las acciones se desplomaran en un 44,8% en el día negro de La Polar. Más aún: el año anterior para La Polar había sido excelente, pues sus acciones habían subido un 20,2 % en el 2010. Los estados financieros mostraban una envidiable utilidad de casi 30 mil millones de pesos. Una empresa sólida, al igual que lo era Enron.
La Polar, al igual que Enron tenía sus estados financieros auditados por una de las más respetadas de la Plaza: Price Waterhouse Coopers conocida cariñosamente como PwC. La auditoría firmada el día 15 de marzo de 2011 aprobaba los estados financieros y por tanto, las provisiones tomadas y las jugosas utilidades. No es casualidad que en el hecho esencial se saque a Price, reemplazándola por otra.
Debido al alto nivel de créditos que otorga la Polar a sus clientes, ésta debe hacer provisiones en sus estados de resultados, con el objeto de prever situaciones de no pago y de morosidad. El objeto de ello es sincerar el real riesgo que tienen los ingresos de la empresa. En el caso de las instituciones financieras operan reglas de la Superintendencia de Bancos, pero que no necesariamente deben ser adoptados en el mundo del retail. Una política de previsiones que haga el supuesto de una cartera más sólida y con mejor comportamiento de pago, implica mejores utilidades para la compañía. Estas son claramente riesgosas, pues un sinceramiento de la situación crediticia, y con bajas provisiones puede implicar un desplome de la empresa.
Las solas estimaciones que ha hecho la empresa implican montos de más de cinco veces las utilidades del año anterior, y es razonable que la duda respecto a que las provisiones sean aún mayores. Ante esa incerteza cundió el pánico en el mercado. La lectura de la bolsa fue una sola: la Polar tiene una cartera mucho más morosa que la que ha declarado en los estados financieros y en vez de utilidades tiene pérdidas por montos desconocidos.
La Polar, al igual que Enron tenía sus estados financieros auditados por una de las más respetadas de la Plaza: Price Waterhouse Coopers conocida cariñosamente como PwC. La auditoría firmada el día 15 de marzo de 2011 aprobaba los estados financieros y por tanto, las provisiones tomadas y las jugosas utilidades. No es casualidad que en el hecho esencial se saque a Price, reemplazándola por otra. Pero el problema no es la empresa auditora, sino una lección del caso Enron que no ha sido corregida en Chile.
Uno de los asuntos polémicos del caso Enron que fue largamente descrito en el libro Final Accounting sobre el rol de Arthur Andersen en esa crisis, es la dualidad que tenían las empresas auditoras como vendedoras de servicios de consultorías a la vez auditaban los estados financieros. En el libro se describe con lujo de detalles, como el área de consultoría presionaba al área de auditoría para que no fuera tan estricta en sus revisiones, cosa de no perder un cliente, ya que los ingresos por otros servicios eran más atractivos para las auditoras. Y al igual que ocurre hoy en Chile, las empresas auditoras tienen mejores ingresos a través de sus áreas de consultoría que dando fe de la certeza de los estados financieros. Una revisión de la web de la empresa auditora de La Polar muestra la importancia que le asignan a estos negocios anexos, convertidos en el rubro principal.
Esta historia se ha convertido en un caso de estudio largamente debatido en escuelas de negocios, incluyendo varios MBA en Chile, a los que sospecho que deben haber asistido muchos profesionales de La Polar y de PwC. La venta de estos negocios a un mismo cliente, que son claramente incompatibles entre sí, es llamada en muchas escuelas de negocios como el Síndrome Arthur Andersen.
En el código de conducta de Pwc en Chile y que está publicado en su web no se menciona nada respecto a qué hacer ante un cliente que tiene contratado los servicios de consultoría y al que se le deben auditar sus balances encontrándole errores. Tampoco es posible ver cuál es la política de PwC respecto a sus criterios para vender conjuntamente la auditoría con otros servicios. En realidad ninguna empresa auditora transparenta esa, y queda mucha tarea para la Superintendencia de Valores y Seguros en esta área. Que debiera partir, por cierto, con volver a leer el caso Enron.
Fuente: http://www.elmostrador.cl
viernes, 21 de octubre de 2011
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